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ISSN 1989-4163

NUMERO 03 - JUNIO 2009

 

De Cañas con Alfredo Landa

Rafael Reig

Que si Landa quiso matar a Dibildos, que si Landa, de joven, en una estación, le tocó una teta a una señora desconocida (con el infalible sistema de “la mano tonta”), que si Garci le parece un tipo petulante, ingrato y engreído… Todo el mundo está entusiasmado con el cotilleo. Y eso es muy bueno y muy santo, pero déjame un minuto para contarte otra cosa del libro Alfredo el Grande. Vida de un cómico, de Marcos Ordoñez. A mí lo que más me interesa es la voz narrativa, cómo ha creado mi amigo Marcos una voz verosímil, un Landa que reconocemos de inmediato como auténtico. Habrá quien piense que, para eso, basta con poner un magnetófono y grabar a Landa. Nada más falso: siempre es una creación literaria. Incluso cuando escribo en primera persona, cuando digo “yo”, siempre estoy construyendo un personaje. Hay un momento en el que Landa se queja de la situación del cine y acaba diciendo:  “Bueno, vale, pero es muy fácil echarle la culpa al empedrado”. Qué maravilla volver a oír esa expresión. En otra parte, le hacen una propuesta y afirma que aquello “era más sospechoso que un gitano haciendo footing”. Dice que algo era “la leche en porrón” o “la monda en patinete”, presume con un rotundo “¡chúpate esa, universo!”, nos cuenta que alguien era “un juerguista de campeonato” o que otro estaba “como una regadera”. Alguien podría pensar: es que Landa habla así y basta con transcribirlo. Y un rábano. Es una creación. Lo más difícil es la naturalidad. Conseguir que el lector piense que es espontáneo. Que piense que es “auténtico”. Esto es como el trapecio: hay que ensayar mucho para que parezca fácil. ¿Quién quiere ver a un trapecista sudar, temblar y pasar miedo? No fastidies: tiene que parecer que un triple mortal es lo más fácil del mundo. (Entre paréntesis, cuánto hacen lo contrario, cuántos autores escriben como trapecistas sudorosos, resoplando por el esfuerzo y temblando de miedo, agotados de tanto como les cuesta y con un redoble de tambor cada dos capítulos, para que el lector se dé cuenta de lo difícil que es). Hay que inventar una voz, hay que premeditar la espontaneidad. Así se consigue lo más difícil: una verdad. Yo, que no he visto en mi vida a Alfredo Landa, leo el libro y me digo: éste es el auténtico Landa, su propia voz. Como decía Machado, la verdad se inventa. Eso es la literatura: una verdad inventada.

Alfredo Landa
 

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